Como complemento a las series «Gated Communities» , «Myth» o «Palaces», de gran carga semiótica, la serie «Speicher» resume la acumulación per se. Influenciada por el contexto rural de Mecklemburgo, se crea una serie de imágenes Speicher con el motivo del Speicher de Hamburgo-Harburg, el Speicher del Altes Kaufhaus y el Lübzer Kunstspeicher.
Discurso inaugural de Sabine Carbon para
«Save Stock Store» en la sucursal de Berlín.
Julia Theek aprendió el oficio de su abuelo, que era pintor académico, y lo amplió con los conocimientos del arte underground. Aprendió por sí misma la técnica del aerógrafo en un garaje de Neukölln. Normalmente se utiliza para decorar radiadores de motos, pero Julia Theek emplea esta técnica para recoger fragmentos del pasado, almacenarlos y cargarlos de un nuevo significado en la confrontación con el presente. Sin embargo, su primer gran golpe artístico en 1992 no tuvo nada que ver con la pintura tradicional. En la ya legendaria exposición «37 habitaciones», comisariada por Klaus Biesenbach para el Kunstwerke, retrató la RDA de forma espeluznante con una instalación olfativa. El concepto era tan sencillo como ingenioso. La habitación desprendía olor a RDA con la ayuda del producto de limpieza «Wofasept», que aún se utilizaba mucho en aquella época, y combinaba linograbados con fotografías de las paredes de las casas en las que se limpiaba rápidamente Berlín Este. El sentimiento Kein Ort. Nirgends, acuñado por Christa Wolf en 1979, ha encontrado una expresión tan radical. Por aquel entonces, incluso para Julia Theek no había tiempo para añoranzas. Ella es una coleccionista entre lo viejo y lo nuevo, la U y la E, y en realidad puede hacer arte con cualquier cosa que caiga en sus manos o que se le ocurra: De fragmentos, de botones, incluso de cabezas de caballo. Se ocupa de los dioses griegos y romanos que están en el parque Sanssouci y se enfrenta a ellos con tanques rusos. Coloca una Artemisa sobre el fondo plateado de una plancha de hierro del taller de coches. Y también hace lo contrario: la corrosión del hierro se convierte en su fondo, que se mezcla con un cielo rojo sangre.
Cubre la cabeza de un caballo con botones de nácar y abre así todo el espectro entre el cuento de hadas, la pompa guillermina y el arte povera. Pero completamente nueva -y quizá el acumulador de esta exposición- es la esfinge de cera con el título «Romanticismo», ensillada con un cien de Clara Schumann. De la esfinge, uno sabe que no sabe nada. Los significados se hacen añicos contra su rostro y, al mismo tiempo, los lleva muy dentro. La Esfinge de Julia Theek es fronteriza, donde Franz von Stuck y David Lynch podrían encontrarse. Y lleva esta energía, con la que la Esfinge lleva todo el enigma del mundo dentro de ella como una posibilidad de arder en su cabeza. Lo que vemos allí no son cabellos, sino mechas. Quizá la vela más cara del mundo.
En cualquier caso, la experta en memoria Julia Theek vuelve a unir aquí hábilmente dos polos energéticos y genera corrientes en nuestro cerebro.